Si abriste la boca te la tienes que bancar

Si abriste la boca te la tienes que bancar

 

El otro día fui a un restorán thai-vietnamita.

Yo solo conocía los pad thai. Ya sabes, esos ricos fideos de arroz salteados con un montón de cosas. Un verdadero manjar.

Pero bueno, quería probar algo distinto. Así que pedí un plato vietnamita (no me preguntes el nombre jaja).

 

«Es picante», me advirtieron.

«Échele no más, que me gusta el picante», respondí sacando a relucir mi lomo plateado.

 

 

Bien. El plato era picante. Pero realmente picante. La definición de picante.

Me ardía la lengua, el paladar y los labios.

Corría líquido por mi nariz.

Sudor por todo mi cuello y espalda.

 

 

Hice lo que pude. Me comí todo el plato.

Bueno, casi. No fui capaz de terminarlo.

Igual le dí cara. Lo enfrenté e hice lo mejor que pude.

Pero no fue suficiente.

 

 

Terminando la comida, al pagar, me acerqué a comentar al cocinero que el plato era muy rico. Pero que demasiado picante.

 

«Usted me dijo que le gustaba el picante, así que lo hice fuerte», me respondió.

 

Sí, tenía razón. Yo lo dije. Así que obtuve lo que pedí.

Tenía que bancármela.

 

 

Si te fijas, esto pasa mucho con los negocios.

No me refiero a negocios picantes, aunque los hay.

Me refiero a las promesas que hacemos.

A la coherencia entre lo que decimos y lo que de verdad hacemos.

A que si decimos que nos gusta el picante, nos gusta.

No por agradar ni por querer vender más. Sino porque realmente es así.

 

 

Bueno, tus textos juegan un papel principal a la hora de decir.

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